Biografía

En el verano de 1958 yo era un niño gordito y sonriente que disfrutaba de la vida estrenada poco antes al cuidado de su hermana Maribel. Al fondo, desde su elevado pedestal, Atenea nos prestaba protección a los dos. Estábamos sub egida Pallas, por lo que me amparaba un doble escudo protector, mi hermana y la diosa. Pueden parecer imaginaciones mías y quizá lo sean si digo que conservo un ínfimo vestigio de las agradables sensaciones que me producía el gran balón de plástico que imitaba un globo terráqueo con el que aparezco en la foto. Mi postura de pequeño dictador parece algo forzada pero sobre eso habría que preguntarle al fotógrafo.

Mi mamá estaría en casa, porque allí pasaba la mayor parte del tiempo, cuidando de una prole de ocho hijos, aunque nunca pudo ver a más de siete juntos.

Muy de cuando en cuando, más o menos una vez por década, nos contaba alguna historia del tiempo en que ejerció de maestra de primera enseñanza en pueblos de su Ávila natal. Siempre echó de menos ese tiempo en que su vocación encontró un cauce de expresión. Pero pronto su matrimonio y las ideas que trajo la postguerra sobre el lugar que debían ocupar en la sociedad las mujeres casadas, secaron el cauce.

Mi mamá recitaba poesía con un ritmo y una entonación perfectas que nunca supe quién pudo enseñarle. Cuando recitaba poesía rebozaba los versos en una blanca harina fina como el espíritu. A mí aquello me parecía la voz del Espíritu.

El amplio espacio ajardinado a mis espalda formaba parte de la ornamentación del Ministerio del Aire. Pasado un tiempo le cambiaron el nombre. Mi casa estaba en el edificio de viviendas anejo al Ministerio. Mi papá era militar y trabajaba allí. Entró en el ejército después de terminar la licenciatura en farmacia en la Universidad de Madrid. Los títulos académicos de mi padre y de mi madre cuelgan en las paredes de la habitación en la que escribo. La existencia de un documento expedido por el presidente de la República Española y en su nombre el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, reconociendo a mi madre las facultades para ejercer como maestra, es un descubrimiento muy reciente. Se deslizó del interior de un cilindro de cartón que manejé con descuido porque lo creí vacío. El título llevaba escondido en su calabozo cerca de 90 años. Ninguno de mis hermanos recordaba haberlo visto nunca. Queda hermoso colgado en la pared junto a otros títulos. ¡Viva el colegio! ¡Vivan los maestros!

De muchacho no hice nada para que mis padres tuviesen que preocuparse por la marcha de mis estudios. No obstante, mi padre debió estimar que nunca está de más ampliar conocimientos y me compró durante años los fascículos semanales con los que completamos los doce tomos de la enciclopedia Monitor. No bien terminó esta colección comenzamos una nueva colección de fascículos hasta completar los cuatro volúmenes del diccionario enciclopédico Salvat 4. No hice nada parecido a una lectura sistemática de ese material de consulta que traía mi padre regularmente a casa, aunque algunas entradas pudiesen resultarme muy interesantes. Es curioso que la inexplicable experiencia A, con cuyo relato se inicia mi primer libro, Escríbeme si puedes, comenzase después de la lectura de la entrada que trata de Moisés en el tercer tomo de la enciclopedia Salvat 4. Han pasado más de treinta años desde que tuvo lugar esta experiencia pero todavía conservo el volumen. Quizá me ayuda a cerciorarme de que aquella extraña vivencia tiene al menos un punto de anclaje en la realidad.

Diecinueve veranos después de aquel en el que fui fotografiado junto a mi hermana Maribel me licencié en ciencias económicas en la Universidad Complutense de Madrid. Ese mismo verano, mientras jugaba al tenis en las instalaciones deportivas de la universidad, conocí a Delia, que pese a su nombre no era originaria de la isla de Delos, sino de otra mucho más hacia el sur, la isla Grande de Tierra del Fuego. La mañana del 23 de agosto de ese largo verano me inventé una excusa bastante inocente para evitar ver a una amiga con la que había pasado la tarde la semana anterior. Hacia la medianoche de ese día o en las primeras horas del siguiente mi amiga tuvo un accidente que le causaría la muerte tres semanas después.

Sobre las circunstancias de su final, los servicios de inteligencia del Estado hicieron lo humanamente posible para ocultarlas debajo de un costal de invenciones. Es justo reconocer que han logrado un éxito pleno en la tarea de oscurecer la verdad. La nota obtenida en la asignatura de disimular la manipulación que se llevó a cabo es más floja. Algo falló a la hora de hacer que el accidente que acabó con la vida de mi amiga pareciese un accidente.

Tres años después de conocernos dando raquetazos en las pistas de tenis de la ciudad universitaria me casé con Delia. No tardaron en llegar al mundo nuestros hijos Fernando y Alejandro que desde su más tierna infancia, incluso antes de nacer, ya cruzaban el mar para respirar el paisaje chileno junto a sus abuelos maternos. Después de muchos viajes de ida y vuelta olvidaron en alguna parte el billete de vuelta y se quedaron a ese lado del Atlántico. Ahora viven en Colombia y en Méjico donde se casaron. Nos han alegrado la existencia con nuestras hijas políticas Juliana y Wendy que nos han hecho abuelos de Tristán, Camila, Leonor y Nicolás.

El entrenamiento como abuelo me habría sentado bien en la tarea de desentrañar el secreto de El Viejo del que tantas veces habló Einstein. Lo hizo por supuesto en su lengua materna, el alemán, diciendo y escribiendo dem Geheimnis des Alten. Una frase en la que des Alten puede traducirse como del Viejo o del Abuelo. Pero ahora Viejo no designaría a un solitario y veterano lobo de mar como el del cuento de Hemingway sino a Dios, igual de solitario y de viejecito.

Bibliografía

Mi primer libro es fruto de la atmósfera que respiré durante los años 2003 y 2004 en los que volví a la universidad con la idea de hacer un doctorado. Fue un tiempo adecuado para sacudir de su letargo un par de experiencias personales por largo tiempo hibernadas en las cuevas de la memoria, que me parecieron no menos originales y estimulantes que aquellos que eran objeto de las investigaciones académicas.

Lo primero que hace escríbeme si puedes es describir las experiencias de una forma bastante aséptica. La segunda parte del libro se aplica de un modo naif a interpretar lo vivido.

Cuando en agosto de 2010 estaba próximo a concluir el trabajo, tuve la disparatada idea de querer desentrañar el mensaje que debía encerrar uno de los sucesos investigados. El resultado fue una nueva experiencia turbadora. El mensaje buscado dio título al libro.

Lo vivido en agosto de 2010 añadía material novísimo a la investigación. Al final del libro se deslizaba la conclusión que interpretaba la nueva experiencia. Con un lenguaje temeroso se decía:” me ha parecido haber encontrado en las canciones un interfaz que hace posible cierta toma de conciencia de una conectividad capaz de superar nuestro tiempo vital” . Algo poco inteligible, pero que sonaba a confirmación de la hipótesis A.1. Esta hipótesis, que sintetizó la primera experiencia investigada, rezaba: Dios existe y es [o está en] las canciones populares de esta Tierra.


Que las canciones populares pudiesen establecer un puente de comunicación con personas que nos han abandonado era una conclusión transcendente, por definición, que se extrajo de lo sucedido en agosto de 2010. Pero se anclaba en una única experiencia personal y no podía defenderse con ciertas garantías. La estrategia que orienta el nuevo trabajo consiste en encontrar marcos teóricos de referencia, aunque no constituyan teorías científicas, en cuyo contexto tuviesen cabida las experiencias analizadas.

El título del libro se extrajo de un verso que canta el coro de esclavas griegas en la tragedia de Eurípides Ifigenia entre los Tauros. Un título que también podría leerse como la nacida bella en el país de los toros. Esta tragedia esconde en su interior el mito de Ifigenia, que es el mito de la comunicación desde el Más Allá entre quienes han interactuado. Un descubrimiento que se apartaba una distancia sideral de lo que dice la opinión más extendida entre los especialistas en lenguas clásicas, acerca del contenido de esta obra. Sandra habría reproducido mediante estrictas correspondencias el mito de Ifigenia.

Resuelto en alguna medida el problema de entender lo que sucedió en la experiencia de agosto de 2010 -la original forma de Sandra de volver a casa - el libro retomará la teoría de las sincronicidades de Jung y Pauli para revisarla en profundidad. Se argumentará que las canciones populares y las sincronicidades harían audible y visible, respectivamente, la presencia de un principio conector universal entre nosotros. Las sincronicidades se caracterizarán ahora como experiencias místicas minimalistas. Su marco teórico se extrajo, no sin dificultades, de la confusas glosas de san Juan de la Cruz a su Cántico Espiritual.

Pero la investigación realizada en este libro abría demasiadas vías, con el doble efecto de dejar desorientado al lector y de perderse la fuerza de sus importantes hallazgos en un viaje que no apunta en ninguna dirección.


El libro se comenta en su propio apartado.

En el verano de 1958 yo era un niño gordito y sonriente que disfrutaba de la vida estrenada poco antes al cuidado de su hermana Maribel. Al fondo, desde su elevado pedestal, Atenea nos prestaba protección a los dos. Estábamos sub egida Pallas, por lo que me amparaba un doble escudo protector, mi hermana y la diosa. Pueden parecer imaginaciones mías y quizá lo sean si digo que conservo un ínfimo vestigio de las agradables sensaciones que me producía el gran balón de plástico que imitaba un globo terráqueo con el que aparezco en la foto. Mi postura de pequeño dictador parece algo forzada pero sobre eso habría que preguntarle al fotógrafo.

Mi mamá estaría en casa, porque allí pasaba la mayor parte del tiempo, cuidando de una prole de ocho hijos, aunque nunca pudo ver a más de siete juntos. Muy de cuando en cuando, más o menos una vez por década, nos contaba alguna historia del tiempo en que ejerció de maestra de primera enseñanza en pueblos de su Ávila natal. Siempre echó de menos ese tiempo en que su vocación encontró un cauce de expresión. Pero pronto su matrimonio y las ideas que trajo la postguerra sobre el lugar que debían ocupar en la sociedad las mujeres casadas, secaron el cauce.

Mi mamá recitaba poesía con un ritmo y una entonación perfectas que nunca supe quién pudo enseñarle. Cuando recitaba poesía rebozaba los versos en una blanca harina fina como el espíritu. A mí aquello me parecía la voz del Espíritu.

El amplio espacio ajardinado a mis espalda formaba parte de la ornamentación del Ministerio del Aire. Pasado un tiempo le cambiaron el nombre. Mi casa estaba en el edificio de viviendas anejo al Ministerio. Mi papá era militar y trabajaba allí. Entró en el ejército después de terminar la licenciatura en farmacia en la Universidad de Madrid. Los títulos académicos de mi padre y de mi madre cuelgan en las paredes de la habitación en la que escribo. La existencia de un documento expedido por el presidente de la República Española y en su nombre el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, reconociendo a mi madre las facultades para ejercer como maestra, es un descubrimiento muy reciente. Se deslizó del interior de un cilindro de cartón que manejé con descuido porque lo creí vacío. El título llevaba escondido en su calabozo cerca de 90 años. Ninguno de mis hermanos recordaba haberlo visto nunca. Queda hermoso colgado en la pared junto a otros títulos. ¡Viva el colegio! ¡Vivan los maestros!

De muchacho no hice nada para que mis padres tuviesen que preocuparse por la marcha de mis estudios. No obstante, mi padre debió estimar que nunca está de más ampliar conocimientos y me compró durante años los fascículos semanales con los que completamos los doce tomos de la enciclopedia Monitor. No bien terminó esta colección comenzamos una nueva colección de fascículos hasta completar los cuatro volúmenes del diccionario enciclopédico Salvat 4. No hice nada parecido a una lectura sistemática de ese material de consulta que traía mi padre regularmente a casa, aunque algunas entradas pudiesen resultarme muy interesantes. Es curioso que la inexplicable experiencia A, con cuyo relato se inicia mi primer libro, Escríbeme si puedes, comenzase después de la lectura de la entrada que trata de Moisés en el tercer tomo de la enciclopedia Salvat 4. Han pasado más de treinta años desde que tuvo lugar esta experiencia pero todavía conservo el volumen. Quizá me ayuda a cerciorarme de que aquella extraña vivencia tiene al menos un punto de anclaje en la realidad.

Diecinueve veranos después de aquel en el que fui fotografiado junto a mi hermana Maribel me licencié en ciencias económicas en la Universidad Complutense de Madrid. Ese mismo verano, mientras jugaba al tenis en las instalaciones deportivas de la universidad, conocí a Delia, que pese a su nombre no era originaria de la isla de Delos, sino de otra mucho más hacia el sur, la isla Grande de Tierra del Fuego. La mañana del 23 de agosto de ese largo verano me inventé una excusa bastante inocente para evitar ver a una amiga con la que había pasado la tarde la semana anterior. Hacia la medianoche de ese día o en las primeras horas del siguiente mi amiga tuvo un accidente que le causaría la muerte tres semanas después.

Sobre las circunstancias de su final, los servicios de inteligencia del Estado hicieron lo humanamente posible para ocultarlas debajo de un costal de invenciones. Es justo reconocer que han logrado un éxito pleno en la tarea de oscurecer la verdad. La nota obtenida en la asignatura de disimular la manipulación que se llevó a cabo es más floja. Algo falló a la hora de hacer que el accidente que acabó con la vida de mi amiga pareciese un accidente.

Tres años después de conocernos dando raquetazos en las pistas de tenis de la ciudad universitaria me casé con Delia. No tardaron en llegar al mundo nuestros hijos Fernando y Alejandro que desde su más tierna infancia, incluso antes de nacer, ya cruzaban el mar para respirar el paisaje chileno junto a sus abuelos maternos. Después de muchos viajes de ida y vuelta olvidaron en alguna parte el billete de vuelta y se quedaron a ese lado del Atlántico. Ahora viven en Colombia y en Méjico donde se casaron. Nos han alegrado la existencia con nuestras hijas políticas Juliana y Wendy que nos han hecho abuelos de Tristán, Camila, Leonor y muy pronto de Nicolás.

El entrenamiento como abuelo me habría sentado bien en la tarea de desentrañar el secreto de El Viejo del que tantas veces habló Einstein. Lo hizo por supuesto en su lengua materna, el alemán, diciendo y escribiendo dem Geheimnis des Alten. Una frase en la que des Alten puede traducirse como del Viejo o del Abuelo. Pero ahora Viejo no designaría a un solitario y veterano lobo de mar como el del cuento de Hemingway sino a Dios, igual de solitario y de viejecito.

Bibliografía

Mi primer libro es fruto de la atmósfera que respiré durante los años 2003 y 2004 en los que volví a la universidad con la idea de hacer un doctorado. Fue un tiempo adecuado para sacudir de su letargo un par de experiencias personales por largo tiempo hibernadas en las cuevas de la memoria, que me parecieron no menos originales y estimulantes que aquellos que eran objeto de las investigaciones académicas.

Lo primero que hace escríbeme si puedes es describir las experiencias de una forma bastante aséptica. La segunda parte del libro se aplica de un modo naif a interpretar lo vivido.

Cuando en agosto de 2010 estaba próximo a concluir el trabajo, tuve la disparatada idea de querer desentrañar el mensaje que debía encerrar uno de los sucesos investigados. El resultado fue una nueva experiencia turbadora. El mensaje buscado dio título al libro.

Lo vivido en agosto de 2010 añadía material novísimo a la investigación. Al final del libro se deslizaba la conclusión que interpretaba la nueva experiencia. Con un lenguaje temeroso se decía:” me ha parecido haber encontrado en las canciones un interfaz que hace posible cierta toma de conciencia de una conectividad capaz de superar nuestro tiempo vital” . Algo poco inteligible, pero que sonaba a confirmación de la hipótesis A.1. Esta hipótesis, que sintetizó la primera experiencia investigada, rezaba: Dios existe y es [o está en] las canciones populares de esta Tierra.


Que las canciones populares pudiesen establecer un puente de comunicación con personas que nos han abandonado era una conclusión transcendente, por definición, que se extrajo de lo sucedido en agosto de 2010. Pero se anclaba en una única experiencia personal y no podía defenderse con ciertas garantías. La estrategia que orienta el nuevo trabajo consiste en encontrar marcos teóricos de referencia, aunque no constituyan teorías científicas, en cuyo contexto tuviesen cabida las experiencias analizadas.

El título del libro se extrajo de un verso que canta el coro de esclavas griegas en la tragedia de Eurípides Ifigenia entre los Tauros. Un título que también podría leerse como la nacida bella en el país de los toros. Esta tragedia esconde en su interior el mito de Ifigenia, que es el mito de la comunicación desde el Más Allá entre quienes han interactuado. Un descubrimiento que se apartaba una distancia sideral de lo que dice la opinión más extendida entre los especialistas en lenguas clásicas, acerca del contenido de esta obra. Sandra habría reproducido mediante estrictas correspondencias el mito de Ifigenia.

Resuelto en alguna medida el problema de entender lo que sucedió en la experiencia de agosto de 2010 -la original forma de Sandra de volver a casa - el libro retomará la teoría de las sincronicidades de Jung y Pauli para revisarla en profundidad. Se argumentará que las canciones populares y las sincronicidades harían audible y visible, respectivamente, la presencia de un principio conector universal entre nosotros. Las sincronicidades se caracterizarán ahora como experiencias místicas minimalistas. Su marco teórico se extrajo, no sin dificultades, de la confusas glosas de san Juan de la Cruz a su Cántico Espiritual.

Pero la investigación realizada en este libro abría demasiadas vías, con el doble efecto de dejar desorientado al lector y de perderse la fuerza de sus importantes hallazgos en un viaje que no apunta en ninguna dirección.


El libro se comenta en su propio apartado.

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