El secreto de El Viejo (der Alte)

A Tristán, Camila, Leonor y Nicolás, para que recuerden las cosas que decía su abuelo.

 
El caso de Sandra

El principio de la historia: el reloj Seiko de esfera gris como el acero

Sería el segundo o el tercer fin de semana de abril de 1972, poco después de la madrugadora Semana Santa de ese año, cuando me reuní con mis amigos Javier y Jorge para pasar la tarde sin otro plan que esperar los acontecimientos. Quedamos a la puerta del colegio en el que los tres estudiábamos. Éramos parte de un grupo de doce amigos que se formó en sus aulas y que ha resistido con firmeza el embate del tiempo manteniéndose unido. Después de un corto paseo sin rumbo determinado llegamos a la calle del Pintor Rosales. Allí nos encontramos con dos muchachas a las que no conocíamos que caminaban hacia donde estábamos nosotros y cuya belleza era imposible que pasara inadvertida. Los tres abordamos a la indefensa pareja como lo haría un trirreme griego. Seguramente Jorge haría de espolón de proa. En las atropelladas presentaciones Sandra no desaprovechó la ocasión para descubrirnos un hecho de su vida que debía ilusionarla. Nos comentó que había intervenido junto a su amiga en una película: El otro árbol de Guernica. Este tema pudo haber proporcionado un poco de combustible al diálogo iniciado y evitar que decayese rápidamente, pues el papá de Jorge había sido el director de fotografía de esa película. Pero estuvimos cortos de genio o aquello era un festival de tímidos y dejamos escapar tan favorable oportunidad.

Cuando la despedida parecía inevitable sin que el asalto nos hubiese reportado ningún botín, sucedió un hecho inesperado. Desde el barco abordado se inició un contrafuego en toda regla. Sandra mostró un súbito interés por mi reloj de pulsera y me lo pidió prestado. Me vi entonces completamente desarbolado por su arrebato y, tras unos instantes de titubeo, acabé entregando mi reloj de pulsera a una muchacha a la que diez minutos antes no conocía de nada. Fue un préstamo sin garantías y sin intereses que tendría años más tarde un retorno incalculable. El reloj era un modelo de comienzos de los años setenta de la marca japonesa Seiko que me había regalado mi padre. A veces, cuando los rayos de luz incidían con determinada inclinación en su esfera de acero, unos conos de un brillo intenso giraban a gran velocidad sobre el disco. A mí me gustaba este efecto óptico, que por alguna razón inexpresable asociaba al brusco cambio de dirección de nerviosos caballos de raza lanzados en carrera.

Uno piensa que un reloj de pulsera de gran venta no debería tener más pretensiones que dar la hora con razonable puntualidad y exhibir una línea agradable, pero éste no se quedó ahí y mostró una imponente autoridad cuando atrajo a Sandra de manera irresistible desde el mismo instante que nos conocimos. Ya en ese primer momento la muchacha debió vislumbrar que algún día el reloj sería su fiel mensajero. Dueño y señor del tiempo, pasados poco más de cinco años desde que imprimió su sello en el primer encuentro con Sandra, el reloj detuvo para siempre su marcha estrellándose contra el suelo la noche que se estrelló la estrella fugaz. Estas coincidencias suelen considerarse una casualidad. Parece absurdo que un objeto cualquiera tenga la posibilidad de conocer la duración exacta de una vida. Una cosa es admitir los efectos artísticos que producían los rayos de luz cuando incidían con determinado ángulo en la esfera del reloj y otra muy distinta atribuirle un conocimiento absoluto, un alma, a un objeto.


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Sincronicidades y sueños

Resumen

El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung comenzó en la década de los 30 del siglo XX el estudio de un fenómeno que en el pensamiento occidental tiende a considerarse meramente fortuito: la coincidencia en el tiempo de sucesos que comparten un significado común. Jung creía que la aparente ausencia de un nexo causal entre hechos que coinciden en su significado no justificaba dejar tales coincidencias en manos del azar. Por ello buscó un principio alternativo a la causalidad que permitiese conectar estos hechos.

Inicialmente creyó encontrarlo tanto en la filosofía oriental como en formas de conocimiento occidentales previas al predominio del pensamiento científico, como la alquimia o la astrología. Cuando utilice por vez primera la expresión sincronicidad para referirse a este tipo de coincidencias dirá: TAO puede ser cualquier cosa, pero yo utilizo otra palabra para denominarlo, aunque suene bastante pobre. Lo llamo la sincronicidad.

Posteriormente Jung contó con la valiosa colaboración del físico austríaco Wolfgang Pauli en el estudio de las sincronicidades. Entonces las definirán como expresión de un principio conector acausal.

Las páginas siguientes contienen un resumen de la nueva teoría de las sincronicidades que desarrollo en El Secreto de El Viejo. También se tratará brevemente por qué los sueños serían un complemento necesario de las sincronicidades. Para este propósito han resultado de suma utilidad las meditaciones del matemático francés Alexandre Grothendieck recogidas en su libro, no publicado todavía, La llave de los sueños o el diálogo con el buen Dios.

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Sincronicidades y sueños

Resumen

El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung comenzó en la década de los 30 del siglo XX el estudio de un fenómeno que en el pensamiento occidental tiende a considerarse meramente fortuito: la coincidencia en el tiempo de sucesos que comparten un significado común. Jung creía que la aparente ausencia de un nexo causal entre hechos que coinciden en su significado no justificaba dejar tales coincidencias en manos del azar. Por ello buscó un principio alternativo a la causalidad que permitiese conectar estos hechos.

Inicialmente creyó encontrarlo tanto en la filosofía oriental como en formas de conocimiento occidentales previas al predominio del pensamiento científico, como la alquimia o la astrología. Cuando utilice por vez primera la expresión sincronicidad para referirse a este tipo de coincidencias dirá: TAO puede ser cualquier cosa, pero yo utilizo otra palabra para denominarlo, aunque suene bastante pobre. Lo llamo la sincronicidad.

Posteriormente Jung contó con la valiosa colaboración del físico austríaco Wolfgang Pauli en el estudio de las sincronicidades. Entonces las definirán como expresión de un principio conector acausal.

Las páginas siguientes contienen un resumen de la nueva teoría de las sincronicidades que desarrollo en El Secreto de El Viejo. También se tratará brevemente por qué los sueños serían un complemento necesario de las sincronicidades. Para este propósito han resultado de suma utilidad las meditaciones del matemático francés Alexandre Grothendieck recogidas en su libro, no publicado todavía, La llave de los sueños o el diálogo con el buen Dios.

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Benito Pérez Galdós, maestro honorario de Sandra.

El colegio Miguel de Cervantes.

Cuando en el año 74 Sandra reanudó su corta carrera cinematográfica la frecuencia de sus faltas de asistencia a clase debió afectar negativamente su rendimiento escolar. Por este motivo o por otro, lo cierto es que Sandra en algún momento del primer semestre de 1974 necesitó tomar clases de refuerzo. Un incomprensible golpe de fortuna hizo que el colegio Miguel de Cervantes al que acudió Sandra con este propósito estuviese situado estuviese en la calle de Hilarión Eslava, en un edificio que fue vivienda del novelista canario Benito Pérez Galdós, cercano a mi nuevo domicilio en la calle Guzmán el Bueno. Esta proximidad hizo posible que el tiempo que pasábamos juntos se expandiese. Con frecuencia nuestros paseos nos llevaron al cercano Parque del Oeste.

El colegio Miguel de Cervantes ocupaba la residencia en la que vivió sus últimos años el novelista canario Benito Pérez Galdós (1843-1920). Alicia Alted, una antigua alumna de este colegio nos proporciona datos interesantes sobre el interior del edificio en aquellos años: “El aula para las alumnas de lo que entonces era Ingreso y la biblioteca habían sido el antiguo dormitorio de Pérez Galdós, donde falleció”. Un testimonio que cuenta con certificado de calidad por ser Alicia profesora en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Por las tardes, apoyado en la fachada de ladrillo rojo de la Casa de las Flores que ocupa toda la manzana enfrente del colegio, esperaba que Sandra saliese de clase después de atravesar un sombrío zaguán que desembocaba en un portalón de madera (imágenes 1 y 2). Venía cargada de libros: pesados diccionarios de latín y griego y algún que otro libro de texto. A veces iniciábamos los encuentros entrando a tomar cualquier cosa en una cafetería de la Casa de las Flores que hace esquina a la calle de Meléndez Valdés. En alguna de estas ocasiones hicimos de la cafetería nuestra sala de estudio. Sentados en una mesa junto a la gran cristalera del local, regados con la espléndida luz de la primavera, desplegábamos los diccionarios para hacer las tareas escolares de Sandra, traducciones de textos en latín y en griego. El resultado final de la improvisada escuela de Atenas estaría algo por debajo de lo esperado, que ya era bastante bajo. Aunque no estudié griego en el bachillerato, disfruté mucho con el latín, pero lo tenía bastante oxidado. Por aquel entonces la cafetería se llamó Herza y Zaher sucesivamente. Después de nuevos cambios de nombre en la actualidad la cafetería que albergó nuestros tímidos afanes con las lenguas clásicas se llama Argos. Para muchos estudiosos la ciudad de Argos en la tragedia de Eurípides Ifigenia entre los Tauros no solo representaría la Micenas natal de Ifigenia, sino que también sería un trasunto de Atenas. Pronto volveremos tras los pasos de Ifigenia, la princesa sacrificada, hija de Agamenón rey de los griegos y de Clitemnestra.

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